Un sueño, como todas las cosas reales, no puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Y sucede que hoy mi sueño no vino aunque desperté con la sensación de haber soñado. Estoy seguro de que no vino y de que el sueño existió. Esta noche existí en alguna parte. Fui sueño. El mismo que hoy no vino. Fui la otra cara, la que no se puede ver. Eso, que hizo que alguien en alguna parte quisiera seguir un día más, por ver qué pasaba.


Eladio Camejo
mis versos son autitos chocadores manejados por un ciego
gusano loco
calesita
tren fantasma sin niños
eso son mis versos
pero también
rostros amarillos en un árbol de junio
un gato en la cornisa de la noche
un perro moviendo la cola a su dueño
una paloma ahogada en la olla
un caballo mirando nada
mis versos son marihuana en los labios de un caminante
vino en las venas de un borracho
el puzle gris de un manco
un payaso sin payaso
todo eso y más son mis versos
entonces lector
si no comprendes
a la poesía
..................a los poetas
no leas mis versos
si es así créeme que te comprendo
jamás verás los árboles que me crecen en las manos
con que escribo para nadie


Líber Mendizábal
No tengo nada nuevo para entregarles,
Solo es repetir algo que se nos ha olvidado.
La magia de los bares,
No se esconde en sus botellas.
Esta entre los borrachos
Que nos escondemos detrás de ellas.

Historias que vienen y van.
Historias que quedan atrapadas en el lugar,
Historias de vida, historias,
De un momento.

Una noche cabalgada.
Un instante atrapado, en aquel lugar,
En aquella silla, frente a la ventana.

Historias que volvemos a recordar
Mientras el Caballo canta,
Paloma baila con treinta menos,
Joaquín observa y vuelve a observar…


Verónica Sosa
Azul manzana,
de tu color, de tus pupilas,
de tu sombra, de mi semilla.

Nada igual sin tu sonrisa.
La luna no, no lo es.
Tú me miras.

el ave, el verde,
los charcos vacíos, sin chapoteo,
iluminado a través de tus ojos.
Tus palabras surgen
y yo, que no encuentro aire
suspirando sin sentido
pero sintiendo.


Nancy Miraballes

Hay que leer

“El profugo”, de Alfonso Larrea

Esta novela a la que el lector se asoma, “El prófugo”, fue merecedora de una de las menciones de honor del XVI Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”, 2008, convocado, como todos los años, por Ediciones de la Banda Oriental, la Fundación Lolita Rubial y la Intendencia Municipal de Lavalleja, y que tuvo como jurado a Milton Fornaro, Rosario Peyrou y Soledad Platero. Su autor, Alfonso Larrea, es un joven escritor nacido en Montevideo en 1980 y radicado desde su infancia en Punta del Este. Cursó la licenciatura en Comunicación social en la Universidad Católica del Uruguay. Se desempeña actualmente como periodista y, cuando se lo permite también el tiempo y la actividad, como caricaturista.
“El prófugo” en realidad está conformada por dos relatos que se entrecruzan y que le presentan al lector una calculada perspectiva discontinua. Uno de ellos es el que da título a la novela, el otro es “La máscara de madera”. Esta modalidad del relato, que podríamos entender como una “dislocación”, un recurso mediante el cual se alejan los márgenes de lo que se quiere contar para dar cabida a un número mayor de situaciones que, al final, apuntan a una problematización o a un compromiso mayor de la lectura que se realice, es un recurso que aparece bien llevado en esta obra de Larrea. De Hecho, si se observa el seudónimo con el que Larrea se presentó al certamen, pueden corroborarse ciertas filiaciones narrativas. El original presentado estaba firmado por un tal “Miguel Coddo”, que es precisamente el protagonista del cuento “Hay gente que sequivoca”, de Jorge Onetti. De ahí a Juan Carlos Onetti… Alfonso Larrea es un gran lector de la obra onettiana y de toda la literatura que ha provocado y aquella a la que ha convocado. La dislocación de “El prófugo”, ese interés por nartrar desde distintos lugares (pero, como verá el lector, también desde distintas modalidades y temporalidades), recuerda, en el recurso de procedimientos, a “El astillero”, de Juan Carlos Onetti y, yendo de este autor a posibles fuentes, a “Las palmeras salvajes” de William Faulkner (obra dividida entre los relatos “Las palmeras salvajes” y “El viejo”). Regresando a “El prófugo”, cabe señalar que el recurso se realiza desde una continua entrada y salida del mundo narrado. Entre “El prófugo”, cuyo narrador es externo, y “La mascara de madera”, de narrador interno, el lector queda atrapado de inmediato por la dosificación de la información acerca de los acontecimientos que sacuden de la modorra a los moradores del pueblo del interior que es el escenario de la obra.
Ese pueblo es un pueblo del interior innominado ante la oposición de la capital, que se llama Montevideo. Eso le da un carácter genérico que apunta a reforzar la decadencia que luego se observará en las conductas y los pensamientos de los personajes, en los espacios por los que transitan, etc. No es una decadencia definida en un determinado espacio o tiempo, es algo que se derrama y tiene un alcance mayor, desde luego. La novela comienza con la llegada al pueblo de un hombre extraño. Tiene una cicatriz muy pronunciada en el rostro, usa lentes de sol y un sombrero. Con los días, la presencia del forastero en una casa alquilada en la que, según ha dicho, se dedicará a escribir, alterará el orden de la vida pueblerina o, mejor dicho, hará visible la agitación que ha estado agazapada en el transcurrir monótono de los días hasta llegar en el final del relato a un desenlace que, más allá de “cerrar la trama”, sorprende e interpela al lector. Es que es sabido: nada mejor para que el pueblo se “exprese” que la entrada en él de un elemento extraño. El forastero, ese personaje llegado muchas veces, como en Onetti y en la narrativa del sur de Estados Unidos, de un sitio impreciso del mundo y la vida, es el elemento que detona el relato. Un hombre que nunca se saca los anteojos de sol, ni de día ni de noche, aun cuando aduzca fotofobia, es una cosa perturbadora. Esa perturbación se instala en la narración y se continúa en “La máscara de madera”. Tanto el forastero como López, el narrador y protagonista de “La máscara de madera”, son seres que no encuentran acomodo en la vida, pero que, lejos de negarla, la presencian y hasta la añoran. El campo se deslizaba en el reflejo de sus anteojos de sol, dice el narrador en los primeros párrafos de “El prófugo” para referirse a la mirada del forastero atravesando la ventanilla del ómnibus. Esa es la sensación que queda cada vez que la perspectiva se acerca a este personaje: las cosas, los otros personajes, los acontecimientos, suceden ante él, resbalan lo mismo que esas imágenes sobre la superficie oscura, curva e inexpresiva de los anteojos. Algo similar ocurre en cierto modo con López, mientras observa hacia la calle desde el balcón de la redacción del diario del pueblo: […] esa mujer que pasa en bicicleta por la calle, una mujer casi hermosa, recién salida de la juventud, a quien ya siento que estoy queriendo, de un modo remoto pero profundo, como mera posibilidad de perfección y dicha, perfume que trae el viento, como mera promesa de un futuro menos monótono. Esa “mera posibilidad de perfección y dicha” es algo de lo que López sólo puede ser un espectador. Y de aquí vamos al tema de la mirada; porque lo que puede llegar a ser uno de los puntos de interés o de conflicto en esta novela es la distancia que hay entre aquello sobre lo que se posa la mirada (o el interés del sujeto) y el propio espectador. O planteado de otra manera: la sensación de que la distancia es siempre ilusoria, irreal, y lleva a la decepción. Las cosas, las posibilidades, la alegría o el bienestar parecen estar allí, aunque no hay que creérselo, porque los personajes, tanto el forastero como López, calculan o saben que allí no hay nada, o muy poco.
Pero el paralelismo se vuelve más interesante. Los anteojos del forastero vuelven inciertas las miradas, ocultan los ojos. Aparte de que hay en ese factor algo que no podemos llegar a conocer y que envuelve de misterio las páginas de este libro, eso nos lleva también al instante en que López contempla la máscara que está colgada en una de las paredes de su cuarto: […] la máscara que me mira, con sus ojos planos, vacíos, y a través de esas dos ranuras oscuras yo mismo me observo… Similar a lo que les sucede a los lugareños: los anteojos del forastero les devuelven sus propias imágenes, empequeñecidas, distorsionadas, no menos reales, y por eso insoportables.


Damián González Bertolino
Maldonado, setiembre de 2009

Alfonso Larrea
El prófugo
Ediciones de la Banda Oriental
117 pág.

es el poema

el poema es un conjunto de versos
unidos por el invisible ritmo del trovador
el poema es una guitarra de cuerdas
tensa de canciones
el poema es una palabra tras otra palabra
llenas de intersticios de silencios
el poema es un silencio
lleno de palabras
el poema es una canción
que se toca en un instrumento de papel
y se tañe con un lápiz
el poema es una música para sordos
que no conoce oídos
el poema es un canto de palabras hondas
de un lugar que no lo sé
el poema es un cuarto
de espejos enfrentados
el poema es un pozo
de donde extraigo agua poética
que bebo sorbo a sorbo
con temor a que se seque
el poema es una humedad
que se siente en los poros
y se huele con la nariz
el poema es un aroma
que llega a mis narinas
y pronto se desvanece
el poema es un árbol
de ramas varias
donde me gusta colgarme
como un simio absurdo
el poema es un bosque
donde encuentro el umbral
el poema es un cuerpo
lleno de venas y arterias
y respira más que yo
el poema es un río
y fluye buscando un mar de sentidos
el poema es un barco
y me lleva a puertos
de destino desconocido
el poema es este verso y aquel
y algún otro que no recuerdo
el poema es y no es
y se desdibuja en las fronteras del papel
el poema es el poema
es el poema es el poema
ya me conoce bien

Paula Einöder (que cede su poema inédito de 2009)

RETRATO

Mira el espejo en la vidriera
y todo se refleja menos él.
Se refleja su cuerpo, ve
sus ojos, con ojeras, ve
su ropa, puesta con cuidado,
ve que aprendió finalmente
que el mundo es de los otros,
cuidadosamente de los otros, con ojeras
de los otros y esta calle y la Patria
y las reglas de este enfermo,
este suspecto hijo de nadie, este
anónimo en la calle y en la vida
de los otros que no miran
el espejo en que él se mira
entero y está ausente.

Alfredo Fressia (poema cedido gentilmente por el autor)

poema 1

“ Fueron estrellas contaminadas por una esplendorosa impureza”
M M V

Arrojo trapos descoloridos para las ratas del albañal. Con el sentido innato que extravía las pulseras. Que desmorona cantos como si fueran siglos. Vestiduras de la catástrofe en corteses hilachas, bajo los orinales del camino.
Ya la suerte, flautista pecaminosa de la ternura, trajo mutilaciones en las rotondas de la nada. Cotidianas urticarias para los desacuerdos del corazón. El desenfado de una locura alborotada – semi oculta en los botones del pulso –
Yo te deseo, gritaré a la tempestad encantatoria de las palabras que dilatan las células. Que afinan las resinas del mar.
Acicalado en verde, el pensamiento sigue alerta al siniestro de las bellas señales. De los pichones de jauría que vociferan. De los heroicos candiles, soplados en las alas del ruiseñor.
La codicia, desnuda esa fotografía apurada que maldice la sangre.
Vibra la costa solitaria y azul. Desobediente a la herencia de los rabiosos amarillos


María Meleck Vivanco (del libro inédito “los regalos de la locura”, gentilmente cedido)