Richard Reyes.


En esa sociedad de lo que para nosotros es el futuro, la lengua se ha dejado de lado a favor de la mucho más inequívoca telepatía. Casi sobra decir que la mentira se ha visto imposibilitada. Los peores delitos, de esos que auguran encierro forzoso, son los de consciencia, entre los que se cuentan “pensamientos rudos” (unpolite thoughts, en el inglés original, que es la única lengua que permite tales monstruos puritanos), “intentos venéreos indebidos” o “intentos simiescos”. (Debo aclarar que las denominaciones citadas entre comillas son intentos de traducción de Peter Rock, que me ha facilitado el acceso). Parece el argumento de cierta película en la que actúa Tomás Cruz: se trata allí de una sociedad en la que la policía puede prever los crímenes y, actuando en consecuencia, pone presos en vida vegetativa a los potenciales agresores; Tomás Cruz, héroe atribulado, se ve acusado de un futuro crimen y huye para demostrar su inocencia, lo cual logra con la consiguiente caída del corrupto que ganaba plata con el sistema de adivinación. Ahora bien, esta película sería imposible en la sociedad futura porque las intenciones del corrupto encontrarían la censura en su fase más larvaria. Lo que no hay es privacidad. Sin embargo, hay artistas. No pueden lograr que su obra quede registrada y se proyecte al futuro porque no hay escritura. Su arte consiste, a falta de ocultamiento alguno, en crearse permanentemente a sí mismos, en ser una asamblea de voces disímiles que llegan a dialogar entre sí. Sí, lo que sospechaban sucede: generan desconfianza. Uno de ellos, según mentas el más grande y atormentado, es uno que logra traducir sus obras, que son noventa y nueve artistas creados, hacia el pasado. Es decir, a este ahora que se escurre y revela que sólo existe lo que ya existió. De esa manera, elude (¿eludió?, ¿eludirá?) los censores que venden calmantes. O, al menos, es lo que ha traducido de un idioma inglés inexistente Peter Rock que, todos lo sabemos, vive en otro planeta.


Fernández de Palleja

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