El viaje

Me despido, digo adiós y luego parto.
Sé que en algún sitio me espera una mujer desnuda y hecha un ovillo. Tengo dedos de atardecer, recorreré con ellos, lentamente, la línea de sus piernas. Seguro murmurará, pero no va a despertar.
También sé que el viaje es largo.
El tipo del callejón, aquel al que sólo le pude distinguir un ojo y la brasa de un cigarro, aún me vigila como en aquella oscuridad. Se aparece en algunas nubes, en esas que van renunciando al violeta y desde allí, me mira. Surge silencioso durante algunas cuadras, en cada uno de los perros babeantes y ruidosos que me ladran, y desde allí, también me mira.
El viaje, en algún tiempo, con un remo roto tal vez, con la niebla y la brisa y los recuerdos arrugándome las sienes, dirá: “bájate
Luego, en aquel bar perdido, si la luna no me seduce, le contaré sonriendo a ese vaso de vino, que por quién sabe qué razón medio mentirosa, en verdad… vale la pena estar vivo.

H. H. Sandín

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