Los días me
adivinan
procaces ,
el pulso quieto
zozobra,
su brillo
y mi brillo
el tuétano mismo
de su ser
y su antes tibia
y ahora fría
caricia
hace todo más fácil.
Un piano, sus teclas,
mis lágrimas
el sonido capaz de
adormecer
hasta el último poro
de mi piel
y más,
articulan
mis manos,
soga y su cuello.
Ese tornado
bélico nunca
la tragó.
Eduardo Covaro Marquez
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