Prefiere no hablar de premios, así que no comenta sobre el Bartolomé Hidalgo a la
Trayectoria que le confirió la Cámara Uruguaya del Libro a principios de este mes. La de Circe Maia (1932) es una de las voces más distinguibles de la poesía uruguaya, en delicado equilibrio entre la observación cotidiana y el brinco metafísico. También una de las más coherentes, algo palpable si se tiene oportunidad de leer su Obra poética, reunida por la editorial Rebeca Linke hace tres años y ahora vuelta a publicar con algunos agregados.
-¿Cuándo empezó ese ida y vuelta entre Tacuarembó y Montevideo
, reflejado en algunos poemas?
-Ese movimiento pendular, sí. Llegué de bebé a Tacuarembó desde Montevideo, pero estuve sólo hasta los siete años, así que mis recuerdos hasta el primer año de escuela sí son de Tacuarembó. El resto de la escuela, el liceo, la Facultad de Humanidades, los viví en Montevideo. Me casé, tuve dos hijas y entonces ya con 30 años volví a Tacuarembó. A las dos ciudades las quiero igual.
-¿Qué relación tuviste con el círculo de los hermanos Benavides en Tacuarembó?
-Ese círculo giró en torno al Bocha, que es gran amigo nuestro. Él sí es realmente tacuaremboe
nse. En la escuela fue compañero de banco de mi esposo. Como adolescente yo hacía algunas visitas a Tacuarembó en vacaciones y lo conocí en la casa de un amigo en común. Ahí conocí a ese grupo, que era asombroso, porque eran jóvenes más o menos de mi edad y escribían poesía. Eso era muy raro en Montevideo. En mi liceo no tenía compañeros que escribieran. Eso fue una sorpresa. Los veía ocasionalmente hasta que fui colega del Bocha: él enseñaba literatura y yo, filosofía, porque en el IPA [Instituto de Profesores Artigas] había estudiado filosofía.
-Entonces en el plano creativo la interacción con ellos no fue tan importante.
-En realidad el grupo ese que trabajó con músicos y se centraba en el Bocha fue un verdadero boom cultural. Yo ya vine mucho mayor, con mis hijas, para enseñar en el liceo lógica, etcétera. Con mi esposo médico, además, mi casa no era un lugar como para que se formara un centro literario. Así que mi situación fue distinta.
-¿Y con el grupo más general de la generación del 45?
-Eso menos todavía. Casi nada. Cuando salió ese libro infantil mío en el 44 [Plumitas: poesías de mis 10 y 11 años, publicado por su padre], yo estaba en la escuela. Así que mi primer libro en serio es En el tiempo, de 1958. Conocí sí a Mario Benedetti, estaba encargado de organizar un congreso en una universidad en España. Ahí fue cuando más compartimos, pero eso fue en los 90.
-No te ves como parte de esa generación.
-No, porque no los conocí. A Marosa no la conocí. A Idea sí, una vez charlamos en Salto. Pero muy poco.
-Visto de afuera tal vez se podría decir que sí hay rasgos comunes entre tu obra y la de las poetas del 45: el rigor, cierta contención...
-Yo creo que somos caminos tan idependientes... Marosa, por ejemplo, creó toda esa mitología propia, la poesía de Idea está dedicada al amor.
-Al leer tus obras reunidas llama la atención la presencia de una voz, o un punto de vista personal, que se mantiene a lo largo de los años.
-No quisiera ser el centro de nada...
-¿Estamos hablando del “yo”?
-Sí, el yo, yo, yo. Me parece que sólo en caso de grandes escritoras el “yo” debe ser el centro. No creo en el egocentrismo.
-Justamente, me parece una voz más generosa o más “saludable”, no tan centrada en la reflexión sobre sí misma o en la emoción propia.
-Nada que ver con salud y enfermedad, no vayas a decirlo. Tiene que ver con lo que decían los griegos. Heráclito, por ejemplo, decía que el que duerme tiene un mundo personal, propio de él, y los que están despiertos viven en un mundo común. Yo escribo sobre ese mundo común, no sobre mis sueños, mis esperanzas, mis amores. No, no. Me tira más otra cosa, una especie de realismo. Ojo, el realismo también puede ser muy superficial. Pero no me gusta hablar de cómo reflejo mi personalidad. El poeta Odysseas Elytis, un griego contemporáneo, decía que detrás de cada cosa hay otra cosa. Es decir, no se precisa hablar de uno mismo, hablás del árbol que tenés enfrente y se asocia a otra cantidad de experiencias. ¡Cómo me cuesta esto! Es como lo del contenido latente y el contenido manifiesto. Porque no se trata de escribir de la naturaleza, a lo Juana. Es cierto que en el campo, en el campo verdadero, sentís una emoción, pero no simplemente por nombrar al árbol, sino porque aparecen otras cosas. Sobre todo cosas que tienen que ver con el tiempo.
-Eso está en toda tu obra.
-En toda. Si querés buscar un rasgo común, es ése. Viste que hay un libro que se llama Destrucciones. Es eso: la destrucción del instante mismo que acaba de pasar.
-Destrucciones es prosa poética, y está también cerca de lo ensayístico, ¿no?
-Bueno, no, porque son textos tan chiquitos. Aunque eso de los géneros es tan discutible.
-Hablaste de los griegos. ¿Cómo es tu relación con su lengua?
-Estoy muy entusiasmada con los poetas griegos contemporáneos. [Giorgios] Seferis fue el primero que conocí. Lo escuché por radio, un poema en griego, y de ahí me vino la pasión por el idioma.
-Yo pensé que venía por la formación en filosofía.
-No, porque no es el griego antiguo. Lo que yo puedo leer y traducir es el griego actual.
-Tradujiste a Kavafis también.
-Sí, claro, tengo su obra leída, traducida.
-Otra de las constantes de tu obra es lo solar. Al menos está muy presente en En el tiempo y en tu último poemario.
-Bueno, el último se llama Breve sol [2001]. Es cierto. También podría ser el agua, está la imagen del río. Ahora, el tema es el transcurso del tiempo. En ese sentido, sí, es verdad, por las connotaciones vitales que tiene lo solar. Los mitos solares me interesan mucho. Hay un libro no publicado de ensayos, comentario y traducciones. Ahí sigo alguna de esas imágenes y cómo se va tranformando a lo largo del tiempo.
-También aparece en distintas etapas el cuestionamiento del lenguaje para comunicar, pero desde una perspectiva optimista.
-Ah, “Posibilidad” [poema de El puente, de 1970]. La poesía tiene, creo, una capacidad de comunicación intensísima. No sólo para los que la amamos, para todo el mundo, porque aun en las canciones está esa temperatura del lenguaje que hace que llegue al alma. Me parece que la poesía es una forma del pensamiento que atraviesa todos los géneros. Estás leyendo una novela y en cierto momento sentís el ritmo especial de la novela, la novela adquiere otra intensidad y el lenguaje se vuelve otra cosa, aunque no se transforme en verso. Y lo ves en el teatro, en cualquier cosa. También creo que esa intensidad aun en un texto poético no es permanente, baja y sube esa temperatura.
-Hablando de canciones, muchos de tus poemas han sido musicalizados.
-Sí, en un tiempo me parecía que no combinaban bien con la música, pero ahora veo que hay posibilidades. Además, era la forma que tenía la poesía antiguamente.
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